-Llega un momento en la vida donde se requiere
una pausa, un momento para tomar aire, recuperar el aliento que alivie la
fatiga de caminar siempre hacia adelante.
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-Llega un momento en que se cuestionan las
propias palabras, las cosas que se lamentan sin que ya pueda hacerse algo para
remediar su desenlace. Ese momento está siempre en el presente, detrás ya sólo
estorba el peso que se arrastra hacia hoy y hacia un mañana.
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-Es cuestión de decidir algún camino que la misma
vida esboza frente los ojos, mirar de fijo y aventarse. Sin duda, esto resulta
de los quehaceres más atormentantes.
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- No es necesario contar con la amargura que
produce la acumulación de los años, para detenerse y, de pie o de rodillas,
mirar atrás, ver un pasado que irremediablemente alegra el ser y volver a
sufrir las penurias cuando los recuerdos son nefastos. Digo que no es necesario,
pues se tienen momentos de silencio y miedo aún en los años jóvenes, cuando
todavía preocupan los ideales y el futuro deseado o prometido, se acerca pero
despacito, no termina de llegar.
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- Yo quisiera saber si los deseos de comenzar algo
grande permanecerán siempre. Aunque finalmente las ganas nos alcancen sólo para
terminar una sola cosa importante en la vida y sentir que valió la pena. Los sueños siempre son más.
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-Y así se multiplican los momentos de inquietud.
Lo absurdo de uno contemplando la propia vida mientras decide que pudo hacerlo
mejor; lo absurdo de pensarlo y darse cuenta de lo ridículo que es hoy, pero
ante la comodidad del presente es inevitable evidenciar los errores.
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-Y comenzar de nuevo, libre de la idiotez que
producen las sombras. Comenzar un poco más viejo, pues los comienzos no
rejuvenecen, ¡que patraña!. Quedan las ojeras de noches pesadas, un poco de
amargura y recelo, la mirada cuestiona y algo, no sé qué, muere un poco.
Después la calma, nadie murió por detenerse un momento.