El Huerto no se hace responsable por los daños físicos y mentales que pueda haber tras las lecturas de sus entradas. Las opiniones aquí vertidas son responsabilidad directa únicamente de los autores. Cualquier parecido con la vida real es mera coincidencia.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Momentos

            -Llega un momento en la vida donde se requiere una pausa, un momento para tomar aire, recuperar el aliento que alivie la fatiga de caminar siempre hacia adelante.
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      -Llega un momento en que se cuestionan las propias palabras, las cosas que se lamentan sin que ya pueda hacerse algo para remediar su desenlace. Ese momento está siempre en el presente, detrás ya sólo estorba el peso que se arrastra hacia hoy y hacia un mañana.
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      -Es cuestión de decidir algún camino que la misma vida esboza frente los ojos, mirar de fijo y aventarse. Sin duda, esto resulta de los quehaceres más atormentantes.
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            - No es necesario contar con la amargura que produce la acumulación de los años, para detenerse y, de pie o de rodillas, mirar atrás, ver un pasado que irremediablemente alegra el ser y volver a sufrir las penurias cuando los recuerdos son nefastos. Digo que no es necesario, pues se tienen momentos de silencio y miedo aún en los años jóvenes, cuando todavía preocupan los ideales y el futuro deseado o prometido, se acerca pero despacito, no termina de llegar.
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          - Yo quisiera saber si los deseos de comenzar algo grande permanecerán siempre. Aunque finalmente las ganas nos alcancen sólo para terminar una sola cosa importante en la vida y sentir que valió la pena.  Los sueños siempre son más.
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      -Y así se multiplican los momentos de inquietud. Lo absurdo de uno contemplando la propia vida mientras decide que pudo hacerlo mejor; lo absurdo de pensarlo y darse cuenta de lo ridículo que es hoy, pero ante la comodidad del presente es inevitable evidenciar los errores.
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      -Y comenzar de nuevo, libre de la idiotez que producen las sombras. Comenzar un poco más viejo, pues los comienzos no rejuvenecen, ¡que patraña!. Quedan las ojeras de noches pesadas, un poco de amargura y recelo, la mirada cuestiona y algo, no sé qué, muere un poco. Después la calma, nadie murió por detenerse un momento.