El Huerto no se hace responsable por los daños físicos y mentales que pueda haber tras las lecturas de sus entradas. Las opiniones aquí vertidas son responsabilidad directa únicamente de los autores. Cualquier parecido con la vida real es mera coincidencia.

domingo, 13 de octubre de 2013

Guía del Perfecto patán, nota 01. Sobre el Patán.

Para ser un Perfecto patán, el hombre tiene que cumplir ciertos requisitos:
1º. Tener la sensación de que cada vagina, a conocer o conocida, puede ser suya por méritos propios.
2º. Poder lograr lo anterior: Conseguir una 'seducción limpia' (es decir seducción sin alcohol ni drogas). De otro modo sería abuso.
3º. Tener una gran capacidad para la palabra, hablar de manera correcta, poder engatusar a la captura con la charla, dejar siempre un resquicio sin tocar.
4º. Saber reconocer que cada mujer es diferente, y por ende no todas las capturas son iguales. Diferenciar perfectamente a cuales les gusta más un café que una discoteca.
5º. Ser capaz de ingeniárselas si el marido/novio se entera del desliz de su mujer y/o llega antes de lo previsto a casa.
6º. Tener bien presente que la edad no es un factor que importe, mas al contrario: la mujer es como un buen vino.
7º. Saber cuándo apartarse de alguna captura. (Tener presente la postrera Nota 3).
8º. Poder aprenderse gran cantidad de nombres y nunca equivocarse.
9º. Saber qué tiempo se le debe prestar a una captura.
10º. Siempre (y muy importante) ser un caballero.
11º. Ser capaz de diferenciar entre una mujer que puede ser una presa de una amistad real.
12º. Ser frío y calculador.
13º. Saber cómo y cuándo mentir. Mentiras piadosas, ninguna que afecte a la captura o al mismo patán.
14º. Ser insensible ante las lágrimas y chantajes.
15º. Saber cuándo una mujer dice realmente " NO ".
16°. Estar atento a lo que la captura desee, cumplir en cierta medida sus caprichos si así se requiere.
17°. Respetar a la mujer en toda medida. Tener en cuenta de que las féminas son una bella pieza de la Naturaleza, ¡jamás se les debe lastimar de ninguna manera!
18°. ¡Nunca fingir amor para lograr encamar a una captura! Esto es bajo, vil y un acto que ningún hombre, patán o no, debe permitirse.
19°. Decirle siempre la verdad a la mujer, ser directo y demostrar que no se está interesado en nada serio. Si la mujer acepta los términos del patán tener consciencia de que es un contrato. Ambas personas se beneficiarán de éste. No se puede recibir más de lo que se da.
20°. Ser inmune ante el enamoramiento.

Notas:
* Algunos puntos pueden variar dependiendo de la edad del patán, pero siempre se persigue un mismo objetivo: La mujer.
* Si el patán comienza a enamorarse, retroceda en la relación y/o apártese parcial o completamente de la captura.

sábado, 12 de octubre de 2013

A una dulce ingrata

Pasante, vigilante,
obscuro y compasivo,
sin necesidad de palabra,
sin necesidad de sentir;
baluarte de impurezas,
sinfín de sutilezas,
dulce tango sexual,
con animosidad aplastante.
¡Ah, amor pasajero
cuán bien me hacía tu presencia!
¡Cuántas notas no osé escribirte!
¡Ah, amor infame y desgastante!
¡Ah, sutil muerte vestida de mujer!
Impura... correosa...
¡Asesina!

¿Acaso no disfrutabas beber de mi deseo?
¿Acaso no era tu alimento predilecto
ese que es mi sentir?
¡¿Por qué no llamas ya sea a la ventana,
ya sea a la puerta del desdén?!
El mejor pago para tu infame y
malagradecido cariño
(que me dabas a ligeros sorbos)
es el olvido:
sumirte en lo que fue,
quemarte en lo que nunca será.
¡Maldita la hora en que abrí los labios
y probé tus besos!
¡Maldita sea la pieza de talante
que mi animosidad y embriaguez de deseo
me impulsó a hablarte, confesarte,
halagarte y enseñorearte!
¡Maldita tú, mal agradecida, cobarde y pusilánime!

No planeaba yo aguantar más que lo necesario,
ni planeaba rogarte ni hincarme,
pero, ¡ah! mi estupidez humana,
y mi fijación me impulsó de nuevo al suelo,
a volver a rezar a una efigie caída,
a tocar un cielo inexistente,
a desear muerte en lugar de vida,
a proponerte infames y delicadas
porquerías disfrazadas de
achacosas mentiras...

¡Ah, yo deseoso de experimentar
la muerte de nuevo, fui, cual perro,
tras la herida supurante!
¡No deseo imaginarte ni desearte ya, ingrata,
pero tampoco deseo destilar odio dócil!
¡Ah, pobre de mi anhelo!
¡Pobre de mi corazón!
¡Porquería de trozo de carne!
¡Sulfuro cartilaginoso!
¡Muere ya pecador,
y olvida al amor pasajero!
Pero no pasarán más de dos lunas,
cuando tu pobre recuerdo no sea
más que una imperceptible cicatriz…

Olvidados morimos (I)

Y miré tú cara, pálida y sin expresión, ininteligible.
Por un segundo pensé que le hablaba a la tierra y no a mi amor.
Quería arrancarte los ojos y forrarlos con flores.
Deseaba comerte las manos y cantar en tu nombre.

Pensaba que tus aires paseaban por mis cabellos, pero solo era tu respiración.
Quieto, callado y voraz.
Jamás dejaste de mirarme, y cuando marchaste fue hacia la luz de invierno.
Éramos tan inocentes, tan llenos de ceguera en los estómagos.

Privados de caricias punzantes nos fuimos y regresamos, donde siempre debimos estar.
Candados en las bocas, con llaves perdidas en el mar.
Ovejas que bailaban mientras nos odiábamos en armonía.

Olvidados nacimos, despegados y destinados a recordar lo que fuimos. 

viernes, 4 de octubre de 2013

Rotando de piel

Un fétido olor se percibió en toda la velada, maldiciendo para siempre aquel lazo zigzagueante que nunca debió formarse.

Al terminar el postre ella recordó el proyecto que la mantendría lo suficientemente ocupada como para no ver la luz por un buen tiempo. También veía cómo sus bigotes se movían, llenos de comida y gotas de cerveza, le repugnaba ese hábito imposible de no importarle el desdichado gusano que tenía trepado en la cara.

Él miraba el reloj que tenía frente, como un maniático que espera a la prostituta sin trabajo, pensaba en aquel culo rebosante que tuvo dos días antes y el famélico que tendría dentro de unas horas. Miraba sus ojos intentando buscar algo que le atrajese, pero desistió a los pocos segundos. No valdría nada de aquello al terminar de amarrarse las agujetas.

-Moriré de soledad. Lo apuesto
-Bien. ¿Me pagarás ahora?
-No sé por qué sigo con esto. Me disgustas.
-Acaba ya con todo y paga la cuenta.
-Si voy a acabar con todo entonces también quiero destruir tu cartera, Santiago.
-Por más que me odies no te permitiré que me hables así, Sofía.
-¡Mesero!, la cuenta.

Los dos se levantaron con una apatía desbordante y caminaron hacia la salida de emergencia. Entraron al auto y se besaron en las mejillas. Ella condujo hasta la casa de él, subieron al dormitorio y procedieron a quitarse la ropa.

Caras impávidas y ausentes, todo lo hacían automáticamente y el cuadro ahora estaba completo, la insatisfacción en tiempos modernos que se complementaba de sensualidad indiferente y llana.

Se miraron, uno frente al otro, por unos minutos. Ya todo había acabado, de inmediato se vistieron con las ropas del otro y lo que fue en un principio un hábito carnal se convertía progresivamente en una enfermedad degenerativa, punzante y teñida de rojo.

Ella fue él, pero él no fue todo el tiempo ella. No estaban seguros de si esto había funcionado, pero el saber que sus pieles regresaban a ellos los invadía de euforia y calidez. Se agarraron de las manos y pasearon sus ojos por sus cuerpos, esperando que hablaran y dieran reseña de todo.

Sus centros comenzaron a narrar que lo habían logrado, que habían comprendido lo onírico y la forma, algo que antes de cambiar pieles no comprendían.

-Míranos, completos por fin.
-¿Por qué si tengo mi piel de regreso sigo sintiendo asco por ti?
-Porque ahora comprendes mi existir. Al igual que yo, pues todavía pienso que tu cuerpo es materia y no esencia.
-Vayámonos ya, quiero sentirme contigo.
-Yo no, pero hagámoslo. Por cierto, tu piel con la de aquella otra mujer se sintió bien. 

martes, 1 de octubre de 2013

Sobre morir en vida.

Dentro de las maravillosas cualidades que posee el Ser Humano, una de ellas, sin duda alguna, es la de la "elección". El Hombre (entiéndase la raza), racional como es, puede elegir miles de cosas: elegir si caminar o no, si se sienta o se queda de pie, si habla o calla; en fin, ciertas acciones en las cuales una decisión se ve implicada.
     Pero hay algo en lo que pocas veces (por no decir en realidad que nunca) participa el raciocinio, es lo que los románticos han llamado 'enamoramiento'. Ese lapsus brutus que invade, en algún momento, a todos quienes nos hacemos llamar personas.
     Querámoslo o no estamos a la deriva, en un barco que es atacado por las olas del azar. Impetuosamente, dando tumbos, somos víctimas de este sentimiento que no somos capaces de comprender. Aquí, nuestra carencia de decisión se hace bien presente: dentro del enamoramiento no se elige cuándo inicia, por qué razón, hacia quién va dirigido y, pese a que nos duela, tampoco se elige cuándo termina. Es como el despertar después de un intenso sueño del cual cuesta trabajo abrir los ojos, no se sabe si se está despierto o aún sumido en letargo. Y, curiosamente, muchas veces ni siquiera despertamos del todo.
     El enamoramiento es entonces una completa dicotomía. Es el témpano helado que abrasa; el aire que ahoga; el agua que da sed; el latido que paraliza; la suavidad que corta; la luz que enceguece... una espada para defender y que, sin dudarlo, termina clavándose en nosotros mismos. El enamorado pues, se pudre mientras se siente más vivo, respira con una intensidad que termina aplastándole los pulmones, siente correr la sangre por su piel horadada, su corazón estalla, sus ojos añoran una imagen y su mente dibuja una figura en cada espacio. ¡Ay, de aquellos hipnotizados en vida! El efecto mesmérico de la ensoñación. Pobres que se hunden en ilusiones. Flotan, aunque caerán. Y se encuentran, contundentemente, frente al suelo. Avasallados por el poder de la realidad; aquel monstruo cruel que devora sueños y asesina fantasías.
     Pero como el soldado herido por la flecha, que yace desangrándose poco a poco, se sostiene del último hálito que le queda; así, el enamorado se sujeta fuertemente de su ilusión que, con parsimonia lo llevará al mismo camino que nuestro primer desdichado: su inminente muerte.