Un fétido olor se percibió en toda la velada, maldiciendo
para siempre aquel lazo zigzagueante que nunca debió formarse.
Al terminar el postre
ella recordó el proyecto que la mantendría lo suficientemente ocupada como para
no ver la luz por un buen tiempo. También veía cómo sus bigotes se movían,
llenos de comida y gotas de cerveza, le repugnaba ese hábito imposible de no
importarle el desdichado gusano que tenía trepado en la cara.
Él miraba el reloj que tenía frente, como un maniático que
espera a la prostituta sin trabajo, pensaba en aquel culo rebosante que tuvo
dos días antes y el famélico que tendría dentro de unas horas. Miraba sus ojos
intentando buscar algo que le atrajese, pero desistió a los pocos segundos. No
valdría nada de aquello al terminar de amarrarse las agujetas.
-Moriré de soledad. Lo apuesto
-Bien. ¿Me pagarás ahora?
-No sé por qué sigo con esto. Me disgustas.
-Acaba ya con todo y paga la cuenta.
-Si voy a acabar con todo entonces también quiero destruir
tu cartera, Santiago.
-Por más que me odies no te permitiré que me hables así,
Sofía.
-¡Mesero!, la cuenta.
Los dos se levantaron con una apatía desbordante y caminaron
hacia la salida de emergencia. Entraron al auto y se besaron en las mejillas.
Ella condujo hasta la casa de él, subieron al dormitorio y procedieron a
quitarse la ropa.
Caras impávidas y ausentes, todo lo hacían automáticamente y
el cuadro ahora estaba completo, la insatisfacción en tiempos modernos que se
complementaba de sensualidad indiferente y llana.
Se miraron, uno frente al otro, por unos minutos. Ya todo
había acabado, de inmediato se vistieron con las ropas del otro y lo que fue en
un principio un hábito carnal se convertía progresivamente en una enfermedad
degenerativa, punzante y teñida de rojo.
Ella fue él, pero él no fue todo el tiempo ella. No estaban
seguros de si esto había funcionado, pero el saber que sus pieles regresaban a
ellos los invadía de euforia y calidez. Se agarraron de las manos y pasearon
sus ojos por sus cuerpos, esperando que hablaran y dieran reseña de todo.
Sus centros comenzaron a narrar que lo habían logrado, que
habían comprendido lo onírico y la forma, algo que antes de cambiar pieles no
comprendían.
-Míranos, completos por fin.
-¿Por qué si tengo mi piel de regreso sigo sintiendo asco
por ti?
-Porque ahora comprendes mi existir. Al igual que yo, pues
todavía pienso que tu cuerpo es materia y no esencia.
-Vayámonos ya, quiero sentirme contigo.
-Yo no, pero hagámoslo. Por cierto, tu piel con la de
aquella otra mujer se sintió bien.
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