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viernes, 4 de octubre de 2013

Rotando de piel

Un fétido olor se percibió en toda la velada, maldiciendo para siempre aquel lazo zigzagueante que nunca debió formarse.

Al terminar el postre ella recordó el proyecto que la mantendría lo suficientemente ocupada como para no ver la luz por un buen tiempo. También veía cómo sus bigotes se movían, llenos de comida y gotas de cerveza, le repugnaba ese hábito imposible de no importarle el desdichado gusano que tenía trepado en la cara.

Él miraba el reloj que tenía frente, como un maniático que espera a la prostituta sin trabajo, pensaba en aquel culo rebosante que tuvo dos días antes y el famélico que tendría dentro de unas horas. Miraba sus ojos intentando buscar algo que le atrajese, pero desistió a los pocos segundos. No valdría nada de aquello al terminar de amarrarse las agujetas.

-Moriré de soledad. Lo apuesto
-Bien. ¿Me pagarás ahora?
-No sé por qué sigo con esto. Me disgustas.
-Acaba ya con todo y paga la cuenta.
-Si voy a acabar con todo entonces también quiero destruir tu cartera, Santiago.
-Por más que me odies no te permitiré que me hables así, Sofía.
-¡Mesero!, la cuenta.

Los dos se levantaron con una apatía desbordante y caminaron hacia la salida de emergencia. Entraron al auto y se besaron en las mejillas. Ella condujo hasta la casa de él, subieron al dormitorio y procedieron a quitarse la ropa.

Caras impávidas y ausentes, todo lo hacían automáticamente y el cuadro ahora estaba completo, la insatisfacción en tiempos modernos que se complementaba de sensualidad indiferente y llana.

Se miraron, uno frente al otro, por unos minutos. Ya todo había acabado, de inmediato se vistieron con las ropas del otro y lo que fue en un principio un hábito carnal se convertía progresivamente en una enfermedad degenerativa, punzante y teñida de rojo.

Ella fue él, pero él no fue todo el tiempo ella. No estaban seguros de si esto había funcionado, pero el saber que sus pieles regresaban a ellos los invadía de euforia y calidez. Se agarraron de las manos y pasearon sus ojos por sus cuerpos, esperando que hablaran y dieran reseña de todo.

Sus centros comenzaron a narrar que lo habían logrado, que habían comprendido lo onírico y la forma, algo que antes de cambiar pieles no comprendían.

-Míranos, completos por fin.
-¿Por qué si tengo mi piel de regreso sigo sintiendo asco por ti?
-Porque ahora comprendes mi existir. Al igual que yo, pues todavía pienso que tu cuerpo es materia y no esencia.
-Vayámonos ya, quiero sentirme contigo.
-Yo no, pero hagámoslo. Por cierto, tu piel con la de aquella otra mujer se sintió bien. 

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